Por: Alejandro Witker
Pocas veces he conocido a una persona mejor dispuesta para servir a los demás, sin fronteras ideológicas o sociales, sin esperar nada a cambio y guardar luego una admirable discreción, sobrio y siempre fino, atento con todo el mundo. Un caballero a la antigua de esos que ya no vienen, como se diría en la economía de mercado de nuestros días.
Edgar Perramón tenía muchos merecimientos profesionales; pero su condición humana es tan excepcional, que si existiese un Premio Nacional para reconocerla, lo habría ganado antes que en el periodismo.
La vida enseña a calibrar a la gente y el tiempo confirma, una y otra vez, que ciertas cualidades humanas no abundan en la Viña del Señor y por eso, cuando uno ha tenido la suerte de compartir grandes compromisos con seres humanos de tan buena madera no puede sino congratularse de ese hallazgo excepcional.
Edgar Perramón Quilodrán, nació en Imperial el 9-VII-1930. Realizó sus estudios primarios en la Escuela Nº 1 de Nueva Imperial. Cursó hasta tercer año en el Liceo de esa ciudad, ingresó a la Escuela Normal de Chillán, se tituló en 1949. Pero su temprana pasión por la lectura y la escritura lo llevó rápidamente al periodismo.
Esa vocación encontró alero en La Discusión y aliento en un maestro en ese oficio, Alfonso Lagos Villar a quien llamó la atención la precoz madurez del aprendiz, su pasión por los libros y su extraordinaria capacidad para aprender de los mayores, no sólo los saberes de la ilustración, también de su experiencia.
Desde que conocí a Edgar allá por los comienzos de los años 50, me llamó la atención su disposición para relacionarse con gente mayor a todos los que atendía con especial respeto. “Estos viejos saben mucho, porque han navegado en todos los mares…”, decía. Creo que su temprano ingreso a la Masonería (1952), le dio la oportunidad de relacionarse con gente mayor de la que sin duda se nutrió con ricas vivencias.
Se incorporó al Instituto Comercial de Chillán (1951-1965) donde ejerció la docencia y funciones administrativas en las que pronto se ganó el respeto, por su cultura bastante por sobre el promedio de sus colegas, pero también por sus atributos personales de verdadera excelencia.
Sin embargo, fue en el periodismo donde se fue abriendo paso por su cultura, criterio, responsabilidad y honestidad. Ingresó a La Discusión en 1948. Desde la sub dirección del diario fue un colaborador inapreciable para Alfonso Lagos Villar bajo cuya batuta fue creciendo hasta convertirse, con plena anuencia del director, en el mentor intelectual del diario. La página editorial era su contribución mayor, desde luego con textos siempre documentados, constructivos y relaciones con colaboradores que siempre encontraba entre sus múltiples amistades.
Esta performance periodística, eficiente y constante, le abrió paso al Premio Nacional de Periodismo (1971), el segundo conquistado por este singular diario, el segundo más antiguo de Chile después de El Mercurio de Valparaíso.
En la línea periodística que Alfonso Lagos Villar impuso a La Discusión, como cauce y tribuna de las necesidades y anhelos de la provincia, Edgar elaboró, impulsó y concretó un gran proyecto que marcó una senda histórica en Ñuble: la creación de la sede en Chillán de la Universidad de Chile (1965). Tuve la oportunidad de colaborar con Edgar en esta iniciativa y fui testigo de su entrega a la tarea con sus mejores armas: cultura, criterio, responsabilidad y una extraordinaria capacidad para concertar voluntades.
Llegó la hora de la instalación de la sede y cuando todos esperaban reclamara un lugar de privilegio con todos los merecimientos, dio una lección de grandeza: no pidió ni aceptó cargo alguno. Fui testigo como las autoridades universitarias, conocedoras que era el motor de la impresionante movilización ciudadana que respaldó la iniciativa y que su presencia en el equipo directivo sería indispensable para asegurar buenos resultados, le ofrecieron el cargo de director de Difusión Cultural. Con una generosidad y lealtad poco común respondió que la persona indicada para ocupar ese cargo era yo. La propuesta fue aceptada y el propio rector Eugenio González me encomendó que convenciera a Perramón para integrarse del equipo fundador de la sede chillaneja de la Universidad de Chile. Por fin aceptó y tuvimos la satisfacción de trabajar en múltiples tareas que forjaron una noble amistad.
Desde la dirección de Difusión Cultural de la Universidad de Concepción pude contar con su permanente colaboración, incluso le solicitamos publicar un reportaje periodístico al general Carlos Prat que, como se sabe, era originario de Talcahuano y cumplía en ese tiempo un rol importante en la vida nacional.
El drama de 1973 puso a prueba aquella amistad. Edgar fue detenido y maltratado sin que se le pudiera probar ninguna responsabilidad; en rigor, su personalidad y conducta era un escudo demasiado contundente y fue puesto en libertad. No es este el lugar para narrar circunstancias tan ingratas; sin embargo, baste decir que Edgar brindó un verdadero ejemplo de lealtad y coraje.
Los amigos le abrieron las puertas en el exterior. Se radicó en Alemania, donde hizo su perfeccionamiento profesional en el Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales. Instalado en Venezuela estableció una amplia red de relaciones y se integró con fuerza a la Masonería venezolana. Se convirtió en un estudioso de personajes centrales de la historia de ese país: Miranda y Bolívar. Destacó por sus escritos y conferencias sobre estos próceres, recibió condecoraciones y reconocimientos por su labor cultural. Fue designado miembro de la Comisión Venezolana del Estado Miranda para la conmemoración de los 250 años del natalicio de Francisco de Miranda (2000).
Continuó sus afanes periodísticos en diversos medios rodeado del afecto de quienes tuvimos el privilegio de ser sus amigos y que, una vez más, me permitió contar con su colaboración. Aceptó con gusto colaborar con nosotros en la preparación del libro Armando Lira 100 años (2003), aprovechando su largo exilio venezolano y sus múltiples relaciones que ayudaron a recuperar buena parte de la obra de este pintor ñublensino que obtuvo en ese país el Premio Nacional de Pintura (1959), libro en cuya presentación contamos con su presencia en Chillán Viejo. A sus afanes se debe la instalación de un gran busto de Francisco de Miranda en la Biblioteca Municipal de Chillán Viejo con cuyo alcalde Julio San Martín colaboró en numerosas iniciativas.
En suma, este muchacho venido de Nueva Imperial para estudiar en Chillán brilló en esta tierra como un gran periodista y una gran persona. Se enamoró de Chillán y se hizo chillanejo a tal punto, que desde Caracas seguía paso a paso el acontecer de esta tierra a la que quiso con todo su generoso corazón.
El 10 de junio del presente año falleció en Caracas. La noticia nos dejó abrumados. Chile perdía a un Premio Nacional, Chillán a un forjador fecundo, nosotros a un amigo de toda la vida.
Fuente: http://www.ladiscusion.cl/index.php/vidaycultura/109-cultura1230166962/14681-edgar-perramon-un-caballero-del-periodismohttp://www.ladiscusion.cl/index.php/vidaycultura/109-cultura1230166962/14681-edgar-perramon-un-caballero-del-periodismo
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